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Lo real


Cuando entró al restaurant percibí algo extraño en sus movimientos. Parecía conversar con alguien. Para sentarse a la mesa primero corrió su silla hacia atrás, luego miró a la nada, sonrió y se ubicó en el asiento. Pude leer palabras de agradecimiento en sus labios y creo no equivocarme al asegurar que sus pómulos se sonrojaron levemente. Se acercó el mozo y ella hizo su pedido. Su pedido y el de alguien más, ya que primero se señaló a sí misma y luego inclinó el dedo índice de su mano derecha hacia el espacio que supuestamente ocupaba su acompañante. El mozo tomaba nota sin mirar.

Algo en su manera de gesticular me recordaba a Priscila. Cada noche desde su accidente me duermo recordando nuestra última cena, o cualquier cena, cualquier momento que pasé con ella.

Me fui del restaurant dispuesto a caminar la noche, para despejar mi mente, para recordar, para olvidar. Fue entonces cuando la volví a ver, y esta vez pude apreciar el largo vestido negro que llevaba puesto. El vestido abrazaba su andar, alegre pero precavido. En un momento pareció mirarme directamente a los ojos y, por extraño que sea, me sonrió. Su misterio seguía latente, ella fingía ir de la mano de alguien, simulaba conversación, dicha compartida. Pero yo solo podía verla a ella, y a tal punto comenzó a perturbarme la situación, que me acerqué a una señora que estaba barriendo su vereda. Le señalé a esa muchacha, alegre, candente, solitaria, y le pregunté si ella veía a su acompañante o en efecto iba sola. La vecina nocturna me miró, con ojos extrañados, con ojos conmovidos, y me susurró: "Buen hombre, allí no veo a ninguna muchacha. No hay nadie más que usted y yo bajo esta luna".

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