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Un viaje en tren

Hecho a Corazón de Adriana Cinto

23 de abril de 2014


Miro el reloj de la cocina,-Vengo bien- pienso. Una hora y media me alcanza justo para caminar las nueve cuadras hasta la estación, esperar que venga el tren, darle una chance por si se demora o no sale alguna formación, entrar a los codazos, luchar por un pedacito de pasamanos que no sea excesivamente alto como para no descuartizarme y rezar los 50 minutos de viaje hasta Retiro para que lleguemos todos sanos y salvos.


Bajo rápido la escalera de casa, abro la puerta, miro para los dos lados, cierro la puerta con las dos llaves, me enrosco la chalina en el cuello y parto hacia la estación.


El día pinta precioso, una deliciosa mañanita de Abril, vientito fresco, sol impecable, la vereda parece un collage de hojas de colores varios. Mientras camino sorteando las deposiciones caninas, pienso –Me siento un poco rara…- miro a los costados, no se ve a nadie en la calle – ¿Habré tomado dos veces la pastilla?- digo en voz alta, porque no venía nadie, sino no lo hago, no me gusta esa gente que va hablando sola por la calle como loca. A veces me pasa que tengo tantas cosas en la cabeza que no me doy cuenta y tomo los remedios dos veces, gracias a Dios es cada tanto…


Cuando voy llegando a la placita escucho el ruido del tren a lo lejos y apuro el paso. -¡Que suerte!- pienso, mientras espero que la maquina lea mi tarjeta y me deje pasar. En el andén hay diez personas como mucho, seguro que pasó uno recién, ¡andan tan irregulares los trenes!


Cuando subo, ¡un placer! puedo elegir asiento y todo. No me gusta sentarme mirando para atrás, me marea y me da nauseas. Voy caminando por los vagones hacia adelante, antes viajaba en el primero, pero después del accidente de Once me da impresión, llego al tercer vagón, poca gente, miro los asientos vacíos, al lado de la puerta no porque te roban y salen corriendo, ahí está, ventanilla, a la izquierda porque es de mañana y da solcito, me siento, miro para adelante, a tres asientos hay un señor con cara de haber pasado una noche complicada (pelo revuelto, ojeras, barba de un día) me mira con los ojos achinados, -No lo voy a mirar- pienso -No lo voy a mirar-, saco el libro, me pongo los auriculares y me sumerjo en las casi veinte páginas que me quedan para terminar de leer la novela. Me quedo adormilada y cuando me doy cuenta estamos llegando a Retiro. Acomodo las cosas en la cartera, me paro y salgo. Muy poca gente en la estación, ¡qué raro! Miro el reloj, me sobra tiempo para comprar un café Mocha de pasada. Mientras voy disfrutando los sorbitos de café camino las 5 cuadras a la oficina con el sol de frente, ¡una caricia!


Llego al edificio, no hay nadie abajo, cuando estoy por entrar al ascensor veo al portero que asoma por la puerta de su departamento,-¡Hola Manuel!- le digo mientas entro al ascensor. Cuando se estaba cerrando la puerta escucho – ¡Buen día! Qué raro... ¿Usted un domingo en la oficina...?


Hago un minuto de silencio por el sueño perdido, me miro con cariño en el espejo y me digo -¡Muchacha, no hay dudas de que necesitas vacaciones!-.

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