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El viejo mantita



Nunca supe de donde vino ni a donde iba. Sólo nos cruzamos esa vez y jamás nos volvimos a ver. Fue un instante, una mirada, ese abrazo que te llega al alma, solo eso y nada más. El viejo Mantita, supe que así lo llamaban tiempo después. Jamás lo sabrá pero fueron él y una mísera bolsa de caramelos, los que cambiaron mi vida, ya nada volvió a ser igual.


Todo ocurrió en la estación de Berazategui. Como todas las mañanas esperaba el tren de las nueve y veinte para ir a trabajar. Tenía por costumbre llegar unos minutos antes. Desde hacía un tiempo, me había convertido en un agudo observador del mundo, de allí nutro ese frustrado escritor oculto, latente en mi, y que intento sacar a la luz. Como cada mañana dedicaba parte de mi tiempo a retratar, lapicera en mano, ese universo tan particular que son las estaciones del tren de la Capital, colmadas de excéntricos, bizarros y extraños personajes. Allí lo conocí al viejo Mantita


Esa mañana, como otras, me senté a esperar el tren frente al kiosco del hall central. De pronto, un sobresalto me devolvió a la realidad. Por mi izquierda un gran alboroto se oía. Una estampida de gente apuraba el paso para alejarse del sector de boleterías.


Al principio pensé que la prisa anunciaba la llegada anticipada de alguna formación, pero no se escucharon bocinas, campanas ni anuncios.


Por detrás del gentío apareció él. Arrastraba con andar lento y pesado una de sus largas piernas. Agitaba sus brazos flacos y peludos como aspas, para mantener el equilibrio. No hablaba, tan sólo balbuceaba y gritaba incomprensibles monosílabos. De su boca pendía siempre un hilo de baba. Evidentemente cierta enfermedad daba a su fisonomía características bestiales.


Al llegar frente al kiosco, detuvo la marcha. Sus ojos se iluminaron de pronto y su mirada se clavó en los escaparates del comercio. Babeaba en demasía frente a las bolsas de caramelos. En la expresión de su rostro podía verse cuanto deseaba esas golosinas. En tono bajo pero amable, balbuceó alguna de sus incoherencias y, con toda su dificultad a cuestas, extendió su brazo para tomar una bolsa.


Yo desde mi asiento lo observaba esperando el desenlace.


La empleada del kiosco, una señora de pelo entrecano y maquillaje violento, con más años en el kiosco de los que yo llevaba viajando, giró bruscamente y con el mate en la mano y un cigarrillo en los labios, carraspeo amargamente: :


-“Son $5,00. Si no, no hay caramelos”.. Mientras le quitaba la bolsa de entre las manos. La angustia transfiguró su cara, los ojos se le llenaron de lágrimas y la tristeza desdibujó aún más el rostro del viejo.


Desesperado, comenzó a girar sobre sí mismo. Buscó ayuda, pero la gente corría ignorándolo por completo.


Yo sentado frente al kiosco, atónito observaba la escena.


Entonces, me puse de pie, me acerqué al comercio, saqué un billete de cinco para la mujer y le dí al Viejo Mantita sus caramelos. Desbordado de felicidad gimiendo de alegría, me estrechó en un abrazo.


Lo vi alejarse, con su andar lento y pesado, agitando la bolsa y balbuceando incoherencias. A lo lejos, el guarda anunció la partida de mi formación y tuve que correr.


Alcancé a sentarme en el último vagón. Un muchacho de no más de catorce años ofrecía a grito pelado: “lapicera Parker, la que usted en su barrio paga veinte pesos. Hoy aquí en promoción a menos de la mitad de su valor.......” . Nadie hacía caso a su predica. Todos ausentes, sumergidos en sus mundos, en sus vidas, sin mirar alrededor.



Luego de unos minutos, pasado el alboroto y algo mas relajado necesité escribir.


“Cinco pesos y dos minutos. A nadie en el mundo le sobran cinco pesos y dos minutos para alegrar una vida. Seguramente hay millones de Mantitas por ahí y es difícil complacerlos a todos, pero si al menos podemos alegrar a uno, por qué no hacerlo.


¿Y a dónde vamos? ¿ Para qué esa búsqueda frenética por ganar tiempo? ¿Tiempo para qué? Todos corremos como locos, ¿sabemos donde vamos?.


Sólo cinco pesos y dos minutos. Un ratito a la alegría por el otro, para uno ¿En qué radica la monstruosidad de la que nos asustamos?”


Esa mañana, el viejo Mantita me reveló algo y lamenté entonces el mundo que nos rodea.


MI PRIMER CUENTO PUBLICADO EN LA EDITORIAL DUNKEN SELECCIONADO POR LAURA RUSSO PARA FORMAR PARTE DEL LIBRO A LA LUZ DE LOS CAIRELES, PUBLICADO POR EL EDITORIA EL 23 DE JULIO DEL 2015

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