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Si pudiese volar




Irritados, así se encontraban sus ojos, irritados. Varios podrían ser los factores del velo rojo en sus lóbulos: una basura traída por el viento, el humo atroz que en esos días cubría la ciudad, conjuntivitis galopante, o simplemente rabia acumulada o bronca inaudita.


Se paró mascilenta del sillón grisáceo, ubicado en el extremo derecho de la amplia biblioteca. Con pasos cadenciosos se dirigió hacia el ventanal victoriano que miraba directamente hacia la calle. Abrió las persianas en el mismo instante en que, furtivas lágrimas se aventuraban ingravidas a recorrer su rostro compungido, pálido, abstracto y sin emociones. Al abrir de par en par las persianas, una bocanada de viento la escupió, sacudió su ondulado pelo rojizo. Ya por entonces sus ojos se encontraban enturbiados por un súbito llanto; su corazón se lo pedía a voces, y resistía desoir su voz punzante y marcial. Se agitaba, cada vez se agitaba más. Permaneció en silencio, mientras miraba el movimiento típico de la calle. Esa mañana curiosamente por la avenida transitaban pocos vehículos. Fijó la mirada en un Torino turquesa, siempre le gustó el Torino, y el turquesa; emuló una sonrisa, sin embargo, sólo fue la sombra de una mueca. Al pasar el móvil, volvió a concentrar su atención en lo que ocurría en la plaza: un grupo de jubilados haciendo footing, una joven pareja haciendo planes para la noche, una madre enseñando a caminar a su beba, palomas que giraban y giraban, y más allá de los árboles un TAM rayando el cielo, una niña gimoteando su malcrianza a su hermano que no le da ni cinco de bola, una mujer mensajeando o jugando con el celular, voces, risas, comentarios, motores, cantos y gritos...

Gritos. Las sirenas de las ambulancias, bomberos y patrullas la removieron. Volvió a su mente lo que intentaba borrar; el desastre, el desenlace. En su mente también la promesa con Camila, su amor, su corazón. Ambas eran como Romeo o Julieta, como Cleopatra o Marco Antonio, se juraron a sangre que así terminarían. Ella una policía y Camila artista plástica (vaya mezcla). Zoe esa madrugada volvía después de 48 horas de estar en servicio, se encontraba alborotada de felicidad, ése día cumplían dos años de su unión y festejarían a reventar.


Al llegar a las puertas del departamento oyó gritos ¡eran gritos de Cami! De ayuda, de desesperación, de dolor. Tomó su arma reglamentaria abrió la puerta lentamente, se dirigió con sagacidad al cuarto, en la cama un hombre fornido con la cabeza cubierta y los pantalones en los tobillos, tapando con su mano derecha la boca ensangrentada de Camila, la ultrajababa violentamente. Su Cami, su todo


- Carajo!! ¡Salí de ella!- mientras apuntaba. El hombre, se levantó abruptamente e intentó atacarla, Zoe, por instinto disparó, el violador esquivó la primera bala, rozando el brazo izquierdo; sin embargo, Camila no lo pudo esquivar dándole en el medio de la frente. Otros tiros impactaron todos en el corazón del bastando hasta que no hubiera más balas, cayendo con los ojos dado vuelta.


- Amor, te mate, te mate, amor, te mate amor, no, no no, ¡¡¡noooooo!!!!-.


Las sirenas se acercaban más y más. Subió al barandal del balcón. Las ambulancias y las patrullas habían llegado junto con la chusmas y curiosos. Abrió los abrazos, cerró los ojos y se dijo así misma - todo sería diferente si pudiese volar -.

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