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Medianoche




-¿Ése tipo me parece familiar?-. Se decía Lucio, mientras sondeaba la gélida noche de las calles de Buenos Aires, que después de varias décadas a visto la nieve vestirla de blanco, mientras fumaba un pucho mojado y sin humo.


-Sabe raro éste pucho, es más no sabe a nada ¡la puta que lo parió!, ¿Qué día más raro hoy eh? ¿Qué cosas serán estas lucesitas que salen de la nieve?, puffff, creo que el paco me dió otra vuelta, ¿Dónde están los pibes, que no los encuentro? ¡¿Y ése tipo me es re familiar?!.


Seguía impertérrito su marcha por las veredas hablándose y planeando lo que haría mañana, ya con la nieve besando todos los recovecos de ésta ciudad.


-¿Tal vez los vecinos necesiten que les quiten la nieve de sus autos?, así me hago algunos manguitos ¡Jejeje!, los cartones van a estar mojados y ¡Uyyyy, que pesadas van a estar! ¡Y éste! ¡¿ Otra vez?!.


Se detuvo. De pronto tomó conciencia de lo que pasaba, había pasado por los mismos lugares unas diez veces, el pucho mojado, sin humo, que no se desprendía de sus dedos, la nieve que no empapaba, y no tenía frío; y el tipo.


Un escalofrío extraño se apoderó de él, giro, abrió sus ojos lo más que pudo, y lanzó un grito macabro y fantasmagórico. -¡Ya sé quien es, la puta madreeee...!.


Unas luces titilantes aparecieron de todos lados, un viento arremolinado le inducía a entrar en un túnel que giraba y giraba, hasta que lo engulló por completo.


El silencio.


La nieve caía muda en una Buenos Aires gótica y desconcertante y en una de sus esquinas, sentado en la oquedad del cemento, con un pucho entre los dedos de su mano derecha, y del izquierdo, la pipa de paco aún tibia, cartones de tetrabrik vacíos y semis vacíos y pastillas de todos los colores pintando el piso mojado y resbaladizo; un joven llamado Lucio quiso explorar la eternidad, con el suspiro inicial de la medianoche.

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