top of page

Parásito



Me miraste justo de frente, dejándome sin la más mínima posibilidad de poder evitar tu presencia. Como la idea de la muerte, tu humanidad me erizó los bellos de la nuca, quedando claro que alguna tragedia inminente ocurriría pronto. Quería gritar, pedir auxilio, salir corriendo... pero me fue imposible poder reaccionar. El terror sacudió mis sentidos y ahí me quedé, observándote.

Nuestra relación comenzó a principios del verano del año 2000, era apenas yo, un adolescente. Blando, frágil, accesible, y moldeable; pero bueno y lleno de generosas intenciones. Por aquellas épocas casi nada me afectaba, conocía mi cuerpo y limitaciones, y estaba a gusto con eso. Mi mente tampoco era despreciable en lo más mínimo. Existieron, sí, pero fueron muy pocos los sucesos que lograron modificar mi voluntad y estima, pero nada verdaderamente significativo porque sabía que esta vida tenía reservado para mí el mejor de los futuros, y me aferré con fe a ese sentimiento durante muchos años. Me educaron de la mejor manera posible: fui amado, amé a mis padres, tuve amigos (pocos, pero verdaderos), y una vida normal y llena de alegría hasta donde dependió de mi. Todo cambió sin embargo con tu maldita llegada a mi existencia: la diste vueltas y me hiciste perder la dignidad que tenía. Me quitaste todo lo bueno que yo era. Mi amor se licuó y se convirtió en otra cosa. Me transformé por tu culpa, en la persona más miserable, la más despreciable, la última, la peor. Perdí el sabor, el interés, la pasión. Dejé de vivir. Pronto me descubrí teniendo pensamientos desleales, fui arrastrado a la desgracia y a la infelicidad más esencial. Fui malo, me hundí en la miseria más honda cuando finalmente llegué a hacer esas "cosas" que una vez ideé y que durante años me privaron del sueño tranquilo del que gozan los hombres de corazón puro. El remordimiento se transformó en mi pesadilla favorita.

Me da vergüenza decirlo, pero no recuerdo cuándo ni cómo fue que apareciste ante mí por primera vez. No tuve tiempo de ponerme en guardia porque cuando me di cuenta ya estaba totalmente contaminado y perdido y envuelto con tu maldad. Bajo tu dominio, lastimé y corrompí cuanta alma me fue posible, y arruiné todo lo que toqué y se interpuso en mi camino. Destrocé mi propio espíritu para complacerte y alimentarte de la forma más obscena para observar pasivamente cuánto es que crecías. No pude ver que me estabas cambiando. Muchas veces me hablaron de vos, me dijeron que tuviese cuidado. Mi arrogancia juvenil me llevó a otro camino... y así me fue. Me alejé de la luz para caer en la más terrorífica oscuridad. Sufrí muchísimo, y odié a muchos a los que antes amaba con fervor. Pero el universo fue generoso, y gracias al amor inmenso de mis allegados pude salir de mi desventura. Comenzó una nueva etapa, procuré sanar mi corazón, y traté a veces con miedo y culpa, de enmendar el daño que había ocasionado. Me esforcé por recuperar mi vida, quise volver a ser ese chico amable y lleno de buenas intenciones que fui; y crecí y me hice adulto. Me casé con la mujer que no sólo me quiso, sino con la que además me amó, y juntos formamos una familia hermosa. Tuvimos hijos. Fui feliz.

Ahora es cuando se suponía que debía ser fuerte. Mis errores no debían condenarlos a ellos. A mí sí, pero a ellos no. Y hoy, con esta lluvia demoníaca de fondo que asustaría a cualquiera y con el cielo iluminado por los relámpagos implacables, estoy frente a vos otra vez mirándote a los ojos, desafiándote una vez más. Ojalá pudiera matarte de una buena vez y para siempre, pero ahí estas, haciéndome temblar las rodillas a tu voluntad. Pedirte piedad no tendría sentido, decirte que estoy cansado de luchar y que quiero vivir en paz tampoco serviría. Viniste a mí como una infección y te instalaste en mi corazón destruyendo todo lo que me rodeó.


Luchó casi toda su vida adulta pensando que finalmente le ganaría, pero ya otras noches había experimentado en sus entrañas esa angustia que no lo abandonaba. De él dependería no dejarse vencer por la idea parasitaria que logró arruinar sus días una vez. Esa noche tormentosa ese padre de familia volvió a su cama después de ver su reflejo en el espejo del cuarto de baño, apesadumbrado y lamentando haber dejado que un sentimiento tan ruin corrompiera su alma sincera. Ese parásito tenía un nombre, se llamaba envidia.

Entradas recientes
Palabras claves
No hay tags aún.
Historial
bottom of page