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Tristeza



Como siempre, llueve. En esta "bendita" ciudad pareciera ser que todo vive y resurge con cada gota derramada. Sin embargo yo, estoy marchito, ya no hay esperanzas para mí. Hace años que no encuentro una razón por la cual despertar con alegría. La rutina es sencilla, siempre lo fue; eso de abrir los ojos y salir andando es fácil, soy resistente. Pero hacerlo con júbilo es lo verdaderamente difícil, o por lo menos lo ha sido siempre para mí. Dicen que la felicidad es una elección... Jamás entendí por qué es que lo dicen, menos aún con ese tono sobrador ¿Saben una cosa? Yo no elijo estar triste, les juro que no; y sin embargo, lo estoy.

En este preciso instante estoy sentado en un bar, solo, casi pegado a la ventana, viendo como corre la gente para refugiarse del agua. Algo ausente quizás, es que no sé muy bien hace cuánto tiempo llegué a este lugar, tal vez pasaron horas y por eso los mozos me miran mal, sólo he pedido un café desde entonces, y me parece que no les agrada mi presencia. Poco me importan ellos, de todos modos yo sigo sin prestar demasiada importancia al mundo que me rodea. Pero hay algo que me impulsa, no puedo dejar de mirar por la ventana. Recuerdo que, cuando era apenas un niño amaba caminar bajo la lluvia. No era un sentimiento compartido por mi madre ¡Siempre me decía que iba a acabar enfermándome! Y la verdad verdadera, es que casi siempre tenía razón. Pero les voy a decir algo: esos minutos que yo estaba bajo la lluvia, valían 7 días de cama y fiebre. Para mi fortuna tenía un aliado insuperable para estas travesuras, y ese héroe, era mi papá. Al parecer a él también le gustaba andar bajo el agua, y con alguna excusa o pretexto cada tanto salía a hacer alguna comprar de urgencia en medio de un temporal y por alguna razón usualmente olvidaba el paraguas también; y yo lo acompañaba. Los truenos, para nosotros, eran una invitación para jugar. Él me miraba y yo lo entendía, y mamá también; aunque se enojaba con él, creo yo que en el fondo le daba algo de envidia no poder venir. Antes de irnos, generalmente decía algo como esto: “Tengan cuidado, hace mucho frío, no tarden mucho” y siempre, indiscutiblemente siempre, nos esperaba con dos toallones. A mí me mandaba a bañar con agua tibia y, después del baño, me daba una taza con té o sopa para volver a calentar el cuerpo. Quedaba exhausto después de esas excursiones, y dormía como un campeón. Antes de soñar, pensaba en cómo ansiaba que lloviera otra vez. Mi padre y yo no hablábamos en esos trayectos generalmente, sólo caminábamos y nos reíamos como locos de la gente que iba apurada ¡Que tontos, no? De todas formas iban a mojarse, qué más daba, no valía de nada arriesgarse a caer por ir apurado; terminaban igual o más mojados que nosotros; y la lluvia, esa lluvia, era una bendición.

¡Este clima parece no tener clemencia hoy! y ya estoy sintiendo un poco de vergüenza por estar aquí, sentado y sin pedir nada más. Será mejor que me vaya.

—¡Señor! —Dijo un mozo— mire que llueve mucho, ¿trajo paraguas?

—No —sin proponérmelo, contesté sonriendo—, nunca llevo paraguas.

Agradecí al joven por su consejo, levanté las solapas del cuello de mi saco como queriendo proteger parte de mi cuerpo, respiré profundamente inundando a mis pulmones de humedad y salí caminando tranquilamente.

La lluvia fría era incesante y juro que no pude evitar más que echarme a reír como un loco al ver como corría la gente a mi alrededor.

Es extraño, hacía años que yo no pensaba en mi padre, ni en mi madre; ni en las caminatas bajo la lluvia. Una bendición que hacía tiempo no recordaba ni disfrutaba.

Dicen la que la felicidad es una elección…


Publicado en: "Letras del Face 12" Editorial Dunken.

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