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Secreto



Esa tarde-noche llovía a cantaros ¡Dios, cómo llovía!... Y ese viento, ¡cuánta inclemencia!

No importaba lo que hiciese, de todos modos estaba retrasada y de eso ya no me quedaban dudas, de nada valía alterarme ahora. Sabía que ella estaría esperándome; ansiosa, y temiendo a que yo no pudiera llegar. Nuestro encuentro iba a ser íntimo y confidente. Secreto, como lo había sido durante todos estos últimos años, desde que nos habíamos conocimos.

Hacía meses que no hablábamos, pero ambas sabíamos que este día llegaría, y bajo ningún concepto y por ningún motivo cancelaríamos nuestra cita de aquella noche.

No hizo falta que nos contactemos para confirmar nuestra asistencia. No importaba lo que pudiera suceder en nuestras cotidianas vidas, nada ni nadie nos quitaría ese espacio que habíamos construido para que, por lo menos y durante algunos minutos podamos volver a sentir, aunque transformado, lo mismo que habíamos vivido aquella primera vez.

Si bien lo creía imposible ya, la lluvia cobraba más fuerza de lo que me hubiera podido imaginar. Estaba muy cerca de llegar, los minutos habían comenzado a marcar su propio ritmo, mi corazón latía con una cadencia irregular, la ansiedad que invadía mi cuerpo me agobiaba y me privaba de toda reacción posible para poder apurarme, haciendo eterna la llegada. Todo estaba detenido, la gente a mí alrededor se había convertido en una especie sensación. Sabía que por ahí estaban, rodeándome e ignorando mi sufrimiento, pero para mí ya no existían, se habían convertido en un lejano recuerdo.

Tenía frío, mucho frío. Tiritaba.

Llegué a la puerta del edificio, subí muy despacio por las escaleras temiendo consumir el tiempo que aún no habíamos comenzado a compartir. Al llegar al departamento, tomé mis llaves y como pude, temblando por el frío y los nervios, abrí la puerta.

Estaba todo oscuro, no había muebles, todo estaba vacío. El olor del lugar era una mezcla de años, historia, encierro y clandestinidad. El piso de madera pulcramente pulida delataba cada movimiento que hacía, emanando un sonido que retumbaba en aquel ambiente deshabitado. Quise iluminar el espacio encendiendo la única luz que teníamos, pero esta no funcionaba. Decidí entonces correr las gruesas cortinas del ventanal de lado a lado, para que gracias a la tormenta y la luz externa podamos al menos, ver un poco.

No había nada en ese lugar, y así es como debía ser. Así es como lo habíamos querido. Nuestro único tesoro guardado allí, era un viejo tocadiscos y un mueble repleto de un sin fin de maravillosas melodías que pudimos haber escuchado jamás y que protegimos en aquel lugar. Una musicalidad ajena a todos pero muy nuestra.

Dejé mi bolso y mis ropas húmedas en un costado de la habitación, en una esquina, para que no molestaran y contemplando la naturaleza que se hacía escuchar, elegí del montón, un disco. Pronto el lugar vacío y frío me resultó familiar recordándome una felicidad olvidada por meses. Me puse mis zapatos de baile, y me dispuse a esperar su llegada. No tenía miedo, sabía que ella llegaría en cualquier momento.

Me recosté en la mitad de la habitación, enfrente al ventanal. Me encontraba sola, desesperada por su tardanza… y comencé a reír como una loca al mirar mi reloj.

Por mi torpe ansiedad no me había dado cuenta que esa tarde-noche de lluvia, había llegado una hora más temprano a nuestro ansiado encuentro.

En silencio, sintiendo nuestro espacio, me dispuse a esperarla.



Publicado en: "Letras del Face 1" Editorial Dunken

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