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La Celada



Ramón Zamarbide se sirvió impaciente una copa de ginebra sin dejar de mirar que el reloj de la pared daba las 15:20. Debajo, un almanaque indicaba que se encontraban en el mes de febrero de 1920. Era el único cliente en el amplio salón del boliche ubicado en las afueras de Eduardo Castex. Sin embargo, había optado por sentarse en la mesa del fondo, de espaldas a la pared y de frente a la puerta de entrada. En el mostrador, el bolichero daba filo a su facón contra una piedra.

Acababa de servirse una segunda copa cuando un hombre ingresó al boliche. Llevaba un enorme sombrero, pañuelo al cuello y podía adivinarse un revólver de grueso calibre debajo del chaleco abotonado. Se encaminó hacia la mesa del fondo y tomó asiento frente a la pared. El bolichero intentó acercarse para tomar su pedido, pero Zamarbide lo detuvo haciendo un gesto con la mano.

- ¿Me habrá reconocido?- preguntó Juan Bautista Vairoleto.

- No va a decir nada – lo tranquilizó Zamarbide -, no quiere problemas. Pero tenemos que apurarnos antes de que empiece a llegar gente. ¿Pensaste en el trabajo que te ofrecí?.

- Si llamas trabajo matar a un hombre – respondió el bandolero más buscado de la región.

- No sería la primera vez. ¿Acaso no estás prófugo por matar al cabo Farach?.

- Fue en legítima defensa – exclamó Vairoleto -. Ahora me pides que mate por dinero.

- No por cualquier dinero, te estoy ofreciendo cinco mil pesos.

- ¿Es lo que vale la vida de un hombre?.

- No, es lo que vale tu libertad. Con ese dinero podrás iniciar una vida lejos de aquí, donde no tengas que vivir como un fugitivo, durmiendo con el Winchester en la mano esperando una emboscada de la policía.

- Vayamos al trabajo entonces.

- Es la dirección del doctor Pedro Cometa Senestrari – le dijo Zamarbide mientras le alcanzaba un papel -. Mañana por la tarde anunciará su candidatura para presidir el Comité Central de la Unión Cívica Radical. Va a dar un discurso a la concurrencia, pero acostumbra retirarse antes de que anochezca. Alrededor de las ocho de la noche podrás encontrarlo ahí. Lo mejor es fingir un asalto, para que no se sospeche un móvil político.

- ¿Y el dinero?- quiso saber Vairoleto.

- Cuando el trabajo esté hecho nos encontraremos en el galpón abandonado de Ferrando, en donde recibirás el dinero.

Sin más que comentar, Vairoleto se puso de pie y se retiró cubriéndose parte del rostro con el sombrero. Zamarbide permaneció para beber otra copa. Cuando se retiró, dos peones acababan de entrar al boliche.


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Como cada semana, Ramón Zamarbide asistió a la reunión del Comité Félix Miele. Se ubicó en una de las sillas del fondo junto a su hermano Paulino y otros correligionarios con los que conformaba la facción opositora a la conducción partidaria. Eran llamados despectivamente «los carneros» por los yrigoyenistas.

Unos momentos después hizo su entrada el doctor Pedro Cometa Senestrari, en medio del aplauso general de la concurrencia.

- Muchas gracias por este caluroso recibimiento – comenzó diciendo Cometa Senestrari-, Es un gran honor para mí que el Comité de mi querida localidad de Eduardo Castex me haya postulado para la presidencia del Comité Central de la Unión Cívica Radical del Territorio Nacional de La Pampa, cargo que he debido desempeñar anteriormente, con motivo de la renuncia del correligionario Mariano Pascual.

- Esto es inaceptable – le dijo suavemente Paulino Zamarbide a su hermano Ramón -. No podemos permitir que la conducción del Partido caiga en manos de una chusma inculta y atrasada. A nosotros nos corresponde por herencia, el ejercicio de la función pública.

- Debemos ser pacientes – le respondió su hermano -. Falta muy poco para que obtengamos lo que es nuestro por derecho.

- Como presidente del Comité Central - continuó Cometa para la concurrencia -, prometo llevar adelante los principios democráticos y populares que defiende nuestro gran presidente de la Nación, don Hipólito Yrigoyen. Su gobierno le ha devuelto al ciudadano argentino los derechos civiles y políticos expresados en la Constitución Nacional, pero que durante tantas décadas le habían sido negados por los gobiernos conservadores. Pero esta «reparación histórica», por tanto tiempo anhelada, se encuentra hoy atacada, no solo desde los partidos y grupos de presión de la oligarquía sino también desde el interior de nuestro movimiento por aquellos que creen que la política debe ser el privilegio de unos pocos.

Los «carneros», en el fondo del salón, sabían que se refería a ellos esta última parte del discurso. Ramón Zamarbide lanzó una fulminante mirada a Cometa, que pareció devolverla por unos segundos antes de continuar con su discurso.

Al final de la reunión, la mayoría de los presentes se acercó a felicitar al doctor Cometa por su candidatura y las palabras pronunciadas. Entre ellos Zamarbide, que estrechó la mano de quién sería su víctima y exclamó:

- Felicitaciones por la candidatura. Su discurso fue conmovedor.

Cometa sostuvo con fuerza su mano por unos segundos antes de contestarle:

- Gracias, espero que haya comprendido a quienes me estaba refiriendo.

Los hermanos Ramón y Paulino Zamarbide se retiraron del Comité rumbo al domicilio del primero, comentando su indignación por la candidatura y las palabras de Cometa. Se separaron unas cuadras antes de llegar, y Ramón apuró sus pasos ya que se hallaba próxima la hora señalada.

Llego a su domicilio y se dirigió rumbo a la habitación. Abrió el placard y debajo de una caja con ropa prolijamente planchada, extrajo un maletín repleto de dinero. Lo llevó a la mesa del comedor, para comenzar a contarlo con impaciencia. Los cinco mil pesos estaban ahí. Miró el reloj, habían pasado las 20:30. En cualquier momento deberían llegarle noticias. Se sirvió un vaso de vino tinto y esperó. Unos minutos después escuchó rumores en la calle. Por la ventana pudo ver movimiento de gente que se dirigía hacia el domicilio del doctor Cometa.

Su corazón se aceleraba mientras recorría las pocas cuadras que separaban su vivienda del hogar en donde Pedro Cometa Senestrari residía con su esposa Elena Palacios. Cuando llegó pudo distinguir a varios uniformados. Fingiendo sorpresa y curiosidad, pregunto que estaba ocurriendo a uno de los tantos vecinos que se habían agolpado en la vereda.

- Se escucharon disparos – le respondió -. Creo que fue un asalto, la policía esta investigando.

Desobedeciendo la orden policial, Zamarbide pasó entre la multitud y se acercó hasta un joven agente que se encontraba montando guardia en la puerta de la vivienda.

- ¿Que sucedió aquí?- le preguntó.

- El doctor fue baleado en un asalto a su domicilio – fueron las palabras del uniformado -. No pudimos llegar a tiempo. Lo siento mucho, sabemos que usted lo conocía del Comité. Por suerte no estaba su esposa, sino hubiésemos tenido que lamentar una tragedia por partida doble.

Zamarbide improvisó un gesto de dolor y le dijo al agente que se ofrecía para llevar la triste noticia a la viuda. Luego regresó a su domicilio recoger el dinero para el pago. Temeroso por el valor de su carga, se colocó un revolver oculto debajo del sobretodo a fin de sentirse más seguro.


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Llegó al galpón abandonado, en la zona rural de la localidad, cerca de las 22.00 horas. Estaba oscuro allí adentro. Caminó despacio para no tropezar con nada. Por unos agujeros del techo se filtraba la luz de la luna y Zamarbide pudo distinguir una figura: era Vairoleto.

- Cometa está muerto – dijo el bandido -. ¿Tienes el dinero?.

- Aquí está – dijo Zamarbide levantando el maletín con ambas manos -. Es el monto acordado.

A continuación le entregó el maletín a Vairoleto. Éste lo tomó, lo abrió para comprobar si el dinero estaba allí y, tras cerrarlo, dijo:

- ¿Quieres saber como murió Cometa?.

- No hace falta – respondió -. Me basta con saber que está fuera de la contienda política. Con él muerto, puedo retomar el gobierno del Partido y del pueblo.

De repente una voz resonó en un rincón oscuro del galpón.

- Sabía que eras un traidor – dijo la voz -, pero no sospeché que fueras también un cobarde asesino.

Zamarbide miró asustado hacía el lugar de donde provenían aquellas palabras, y de la oscuridad vio emerger la figura del doctor Pedro Cometa Senestrari. Desconcertado, intentó sacar el arma que cargaba en su cintura, pero Vairoleto se lo impidió apuntándole con su revólver belga. Giró hacia la puerta dispuesto a huir, pero dos policías le cortaron el paso.

Comprendió que había caído en una trampa. Vairoleto nunca tuvo la intención de asesinar al doctor Pedro Cometa, todo había sido una farsa montada para poder capturarlo en el momento en que confesara la autoría intelectual del crimen.

“Traidor, traidor”, gritaba Zamarbide lleno de odio y de vergüenza mientras la policía le amarraba las muñecas para trasladarlo a la Comisaría de Eduardo Castex. Allí sería interrogado acerca de sus conexiones.

- ¿Crees que haya más personas involucradas? – le preguntó Cometa a Vairoleto.

- Es posible, aquí hay mas dinero del que puede pagar un solo hombre – respondió señalando el maletín. Luego hizo una breve pausa antes de aclarar:- Pero ya no es mi trabajo.

- Es cierto, ahora debes disfrutar de tu libertad. Por haber colaborado en este caso, la Justicia del Territorio dispuso la absolución total de los cargos en tu contra.

- Nunca dejaré de ser un fugitivo – exclamó -. Tarde o temprano la policía querrá hacerme pagar la muerte de Farach y me veré forzado a volver a las andanzas.

Vairoleto estrechó con fuerza la mano de Cometa y le agradeció que hubiese intercedido por él ante los jueces de la causa. El dirigente radical también le agradeció por haber salvado su vida y ayudado a detener a Zamarbide. Luego Vairoleto montó en su caballo alazán, dispuesto a partir, pero antes tuvo unas palabras para Cometa.

- Tal vez me vea por el Comité algún día – le dijo -. Voy a ir a reclamar por los colonos pobres de La Pampa, que son víctimas de injusticias mucho mayores que las que nosotros hemos padecido.

- Te estaremos esperando – le respondió Cometa.

El doctor Pedro Cometa Senestrari se acercó a la policía para regresar con ellos, y con el detenido Ramón Zamarbide, a la localidad. Mientras tanto, Juan Bautista Vairoleto se alejó rumbo al oeste para perderse, una vez más, en la oscuridad de la llanura.

Cipolletti, 16 de enero de 2010.

Publicado originalmente en Rupestre. Publicación cultural, Toay, N° 4, otoño de 2013.

Ilustración realizada por el artista plástico Roger Waldhorn para este cuento.

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