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Emilia



El sillón. Ese lugar de la casa donde se detiene el tiempo. Donde simplemente la vida toma un color diferente. En silencio, con los ojos cerrados, la cabeza recostada sobre el, apenas tapadas sus piernas con aquella mantita que abrigo su alma y protegió su corazón, logra volver a verla; su cara esta sonriente, hay magia en el ambiente, parece llegar desde la cocina aquel aroma de otras épocas donde el espíritu familiar se sentía en el aire.


Cada día, muy de madrugada, la cocina de la casa tomaba vida, se adueñaba de todo, el despertar tenía el intenso sabor del pan casero, el café recién hecho y la leche. Todos tenia su lugar, no cabía confusión, el chocolate caliente el pan y la manteca… un café con la terminación impecable de la espuma de la leche…el mate… la mermelada y el queso.


Despertaba mucho antes que el resto de la familia, necesitaba generar el nido, ese lugar donde el encuentro llenaría de energías hasta al más dormilón, la sorpresa de encontrar en la mesa algo distinto y a su vez cotidiano que alegraba a los más chicos y robaba la sonrisa de los grandes. Un emisora de radio se escucha muy lejos, le hacia compañía.


Se acomodo mejor en el sillón, abrazo sus piernas, recordaba… que tiempos aquellos.

La cocina era pequeña, pero muy bien organizada, eran otras épocas.


Nunca estudio cocina, el colegio fue una materia pendiente, sin embargo, jamás tuvo faltas de ortografía, las matemáticas no resultaron un problema; de muy chica colaboro con la familia, de mujeres solas arrastradas por la historia de una guerra que a sus vidas solo trajo perdidas y mucho trabajo. Mujeres llegadas de otros continentes capaces de haber sobrevivido a momentos de crudeza extrema, lograban tener en sus ojos un brillo difícil de igualar. Cada una, una tarea. Cada una, su lugar, así funcionaban. Era la hermana menor, la ultima en la lista de beneficios, o privilegios; sin embargo fue quien ayudo, quien cedió y quien nunca falto en los momentos importantes de las hermanitas Verardo y de su mama, se ocupo de todas, las cuido y protegió hasta el último momento de sus vidas


Abrió sus ojos, seguía igual, continuaba conectada con la historia, con la casa y su cocina, desde el ventanal que da al jardín, podía ver el cedro azul, que creció con ellos, fue escondite, sombra y abrigo. Parecía verla por el umbral del comedor llamándola, - ¡vamos! Ya esta la comida- nunca nadie hubiese dudado, la casa se inundaba de su presencia, las comidas eran elaboradas, había una entrada, un plato fuerte y postre. Visto desde otro lugar y en tiempos donde las cosas corren por otros rumbos, escucho decir, -pobre la Tana, todo el día encerrada en la cocina. Eran frases que ella nunca entendería. La Tana era feliz, su vida estaba basada en la felicidad de los suyos, en verlos reír, en sanar sus penas… ¿acaso? ¿Quién no se sintió mejor después de una sopa calentita?


En muchas oportunidades habían pedido sus recetas, y algunos decían que era egoísta, que no las daba completas, por que no lograban el mismo sabor, ella sonreía, nunca guardo ningún secreto, pero las manos de la Tana eran el ultimo de los ingredientes, el que aportaba la magia, trasladaba el amor que volvía único cada plato.


Desde aquel sillón, quería tenerla cerca, sentía que el tiempo y la niñez no le dieron la oportunidad de disfrutarla como tanto lo había deseado, pensaba que, cuando se es chico, no llegas a darte cuenta lo importante que son en nuestras vidas, cuanto lograron con cosas que parecen pocas y sin embargo fueron absolutamente determinantes en cada historia.


La abuela, tenía carácter, pura sangre italiana. Era de otra época, otro siglo, otra historia.


Cruzo océanos en barco. Nunca uso pantalones. Crío pollitos, hizo su ropa y la de sus hijos, tejió miles de metros de lana para abrigar con sus pechitos y espalda a sus nietos, y bisnietos, vio llegar el hombre a la luna, la televisión color, vivió en el cambio constante, se adapto.


Sentada en el sillón sonrío, le dijo gracias. Recordó el perfume del laurel y el romero. Deseando en su alma lograr ser alguna vez para los suyos, lo que la Tana sigue siendo hoy en su corazón.

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